Sujeto 11J

Nacemos en manifestación, en protesta. El primer grito es resultado de la taquipnea transitoria que ocurre luego del parto como vía para depurarnos y llenar nuestros pulmones de aire.

Opinión

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Sujeto 11J 

Las emociones inexpresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas.

Sigmund Freud

Para este texto, que presento a modo de diálogo, he tomado un tiempo para leer, escuchar, confrontar testimonios, ver muchos vídeos de las muchas partes, reflexionar incluso, y parece que la problemática se encausa en la palabra como su médula.

Desde la palabra, lo ocurrido el pasado 11 de julio de 2021 en Cuba fue un estallido. Mimetizarlo a otras realidades, a otros contextos, sería posiblemente un andamiaje de utilidad. Sin embargo, conlleva al peligro inaceptable de obviar la singularidad del «sujeto 11J».

Minimizar el nombre, evadirlo, sería un suicidio epistémico.

Entenderé, a grandes rasgos, por «sujeto 11J» a una diversidad de personas que hicieron/hacen uso legítimo, y por sobre todo humano, del derecho universal a manifestarse.

Nacemos en manifestación, en protesta. El primer grito es resultado de la taquipnea transitoria que ocurre luego del parto como vía para depurarnos y llenar nuestros pulmones de aire. Desde ese momento, lloraremos, reclamaremos por la atención de necesidades básicas como el afecto, la alimentación o la higiene. De ahí que, la expresión, como herramienta de gestión de necesidades, sea inherente al ser humano.

Cuando abordamos el asunto de la evolución de la especie humana, encontramos a la palabra como uno de sus pilares fundamentales. La comunicación, su desarrollo, fue/es determinante para el encargo de nuevos conocimientos y, por ende, de la misma evolución.

Negarle al sujeto la palabra, será la condición primera para dinamitar al propio sujeto y su desarrollo. El ser humano, como ser social, estará soportado por relaciones de diversa índole sobre las que ejerce sus mecanismos comunicativos. Para que exista una comunicación asertiva, tendrá que haber, invariablemente, al menos dos sujetos en vínculo equilibrado.

Las ciencias psi- (psicología, psiquiatría y afines) tienen el encargo profesional, ético y cívico de comprender lo que ocurre hoy en el país. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo llegamos a ese punto? ¿Quién es el «sujeto 11J»? Preguntas cardinales, ideales para compartir en espacios de junta.

El «sujeto 11J» es alguien que habló, ¿cierto? Esa sería la manera más simple de decirlo. Pero no, el «sujeto 11J» no solo habló: también hizo una catarsis que ya se venía anunciando desde hace tiempo.

Si bien a muchos nos tomó por sorpresa aquellas imágenes de San Antonio de los Baños de aquel 11 de julio de 2021, no ha sido nuestra primera catarsis. Pero aun así es la más singular en su inédita movilización. La palabra jugó su papel.

Ambos sucesos (taquipnea transitoria y el estallido) están sometidos a una ruptura/desvío, al escape de un medio hacia una condición de incertidumbre que supone desarrollo. El recién nacido no nombra su necesidad: la siente y la expresa en espera de que sea otro quien la agencie. El «sujeto 11J» también es un recién nacido que nombra su necesidad mientras rudamente continúa esperando a que sea otro quien la tramite. Pero esto ya no supone desarrollo, sino que lo exige. La nueva condición de incertidumbre, la espera por el otro, no deberá ser confundida con inmovilismo.

Ese día algo fue roto, o tal vez desviado, del dogma impuesto. El «sujeto 11J» y el recién nacido no maduraron aislados. Ambos, desde sus noveles condiciones, escaparon de una gestación primera que transcurrió aparentemente solitaria, y que, a su vez, mantenía vínculos, condiciones externas e internas que servirían de cimiento para ir dando, en algún momento, los primeros pasos.

La orden del silencio

Dentro de las condicionantes del embarazo del «sujeto 11J» tenemos el acceso a la información. En los inicios de la Revolución cubana, en 1959, la información era limitada y sesgada. Los textos en las escuelas, bibliotecas y lugares oficiales de distribución del conocimiento obedecían al régimen imperante y se presentaban como únicas alternativas. Diversificar el pensamiento en esos años primeros era un delirio.

Aquí también entra a jugar un papel el rol del salvador asumido por la Revolución. Leo aquello que salva. Consumo el saber que da mi madre, ella sanó las heridas de una anterior dictadura, «a ella le debo todo». Representaciones todas que colocan al proceso iniciado en condición de cuidador, de padre/madre protectora, y que han servido de ejes para la consecución de estructuras lingüísticas.

Esta antesala nos induce al cómo se fue estructurando el lenguaje y se le dio uso a la pablara como mecanismo de regulación. «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución ningún derecho»,[1] máxima de la política cultural y, por tanto, condición que estructuró un metalenguaje censurador/sectario/lacerante desde lo institucional.

Ya desde ese adverso 1961, se asentaban las bases para una eventual catarsis. La Revolución como poder, como padre/madre, como reguladora, se alejaba de una escucha asertiva para instaurar un monolito que no daría cabida a nada que disintiera. El «sujeto 11J» tuvo que callar, «hablar bajito», tener «cuidado con lo que dices».  Como si de una enfermedad infecciosa habláramos, si se padece una «desviación ideológica» necesitará urgente una cura (¿UMAP?). «Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del prisma y del cristal revolucionario: ese también es un derecho del Gobierno Revolucionario»,[2] se señaló aquella vez.

Gustave Le Bon,[3] sociólogo francés, habló de un alma colectiva al referirse a la constitución del sujeto dentro de la multitud. «Esta alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de como sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente. Ciertas ideas y ciertos sentimientos no surgen ni se transforman en actos sino en los individuos constituidos en multitud. La masa psicológica es un ser provisional compuesto de elementos heterogéneos, soldados por un instante, exactamente como las células de un cuerpo vivo forman por su reunión un nuevo ser», explicó.

Esta tesis, fue retomada años más tarde por Sigmund Freud en su texto Psicología de las masas y análisis del Yo. «La multitud no reacciona sino a estímulos muy intensos. Para influir sobre ella, es inútil argumentar lógicamente. En cambio, será preciso presentar imágenes de vivos colores y repetir una y otra vez las mismas cosas», sugeriría Freud, casi en alusión a las propagandas ideológicas y sus influencias sobre las estructuras de lenguaje, el alma colectiva y la personalidad individual. «Las decisiones de orden general, tomadas por una asamblea de hombres distinguidos, pero de especializados diferentes, no son sensiblemente superiores a las decisiones que pueda tomar una reunión de imbéciles», citó Le Bon.

Parecería que describir al poder en Cuba, su política de cuadros, su cuestionable representatividad, su actuar y sus inamovibles actores iría por este camino. El poder, en la expresión de su alma colectiva, es ineficiente y «acumula la mediocridad». Pero esa alma colectiva no discurre como ermitaño, no es ajena a la noción de pueblo en su constitución psicológica, sino que le transfiere al pueblo sus sentires, pensares y obras mientras lo configura como la misma alma colectiva inútil.

Poder sucumbió la individualidad de Pueblo. Lo silenció y le impuso un lenguaje. Lo arrastró hacia un existir sin participación. Convertir a Pueblo en una masa acrítica, una multitud que convive con el malestar dándole ciertos argumentos irreductibles desde la lógica, funcionó para gestionar una familiaridad con la crisis. De nuevo al círculo fétido de idolatrar al salvador, la esperanza en un Poder que se expresa como ser supremo mediante la solicitud del «esfuerzo decisivo» y el «¡Ahora sí que vamos a construir el socialismo!».

En una revisión leve al Quinquenio Gris, período cubano donde se exigió ser revolucionario antes que creador, encontramos antecedentes que nos explican mejor este asunto. «Y yo quiero, necesito que, como yo, todo el mundo, todos aquellos que como yo no han estado a la altura del proceso revolucionario, rectifiquen y se sientan vivir a la altura de la responsabilidad de habitar y de vivir esa trinchera», culpabilizó aquel reformado Heberto Padilla.

«Gusano», «enemigos de nuestra cultura» o «venenos contrarrevolucionarios», fueron algunas de las clasificaciones que desde Verde Olivo se esgrimieron para reforzar el estatus del Poder y su palabra. El desapego, la actitud crítica, la libre creación conocieron al demonio de la censura. Los finales de los años 60 y 70 vienen a comprenderse como vestíbulos de la problemática que aún hoy arrastramos. Pueblo acumula malestares pues la censura desde Poder no es solamente un acto de negar la publicación de la palabra. Más allá, desde ese rol asumido de padre/madre, ejerce el castigo a quien no se adhiera al alma colectiva del poder.

La palabra perversa

¿El «sujeto 11J» superó la casilla de esa alma colectiva? ¿Se va instaurando de a poco y desde su individualidad? A modo de respuesta, Le Bon diría tal vez que se liberó del sometimiento que implica la «ley de la unidad mental de las masas».

Anteriormente ya citaba cómo el alma colectiva revocaba a la individualidad y, por tanto, limitaba el desarrollo de la propia masa. Entonces, era necesaria una nueva palabra o, al menos, nuevos significantes que disputaran con el lenguaje institucionalizado. Pero más allá, no solo necesaria, sino prevenida. «En guerra avisada no muere soldado», dice aquella frase popular fraternizando a «no hay peor ciego que aquel que no quiere ver».

Ahora bien, el psicoanálisis explica a mi parecer y muy acertadamente, este proceso, y lo que pudimos observar aquellos que decidimos ver. La palabra perversa del «sujeto 11J» haría alusión al fantasma perverso del que hablaría Jaques Lacan en sus seminarios. El «sujeto 11J» es un sujeto perverso y por tanto su palabra es perversa. El sujeto en perversión abandona los mecanismos neuróticos de dar sentido a su falta. El silencio impuesto desde el estructural Poder implicó que una parte del alma colectiva se transformara en «sujeto 11J».

El alma colectiva restante continuará funcionando dentro de la neurosis. Creyendo que pide lo que desea y creyendo que es ella la que realiza la demanda. El alma colectiva en su neurosis se sustituye a sí misma y su deseo, quedando expuesta al deseo que recibe del poder. Dicho menos técnicamente: quedará una porción del pueblo que continuará pereciendo en el esquema de la palabra del poder, ejerciendo una crítica (en el mejor de los casos) que difiere de su palabra individual mientras la vivencia como personal y lo configura en el tener más que en el ser.

El «sujeto 11J», por su parte, desde la perversión, identifica el deseo del poder y se reconoce independiente del mismo. Incluso se apropia de este. La elaboración de las demandas «libertad» y «dimisión» sería lo que resumiría Lacan en «el deseo del perverso está en el corazón de sus demandas».

La posición del «sujeto 11J» dejó de ser consonante con la estructura de la palabra del poder. Hay un reencuentro consigo mismo, un reconocimiento de demandas y necesidades desde el propio sentir que se fueron acumulando y convirtiéndose en eventos pulsantes. Lo vemos en las redes sociales, en contextos académicos, en una cola, o sentados en la esquina del barrio. El «sujeto 11J» transgredió a la ineficaz alma colectiva, a la neurosis de la familiaridad acrítica con las crisis, para expresar finalmente su deseo.

El estallido

La censura y el alma colectiva fueron/son enemigos del bienestar. Ambas implican una laceración de la autonomía de las personas y, por ende, favorecen la acumulación de un malestar que se va incrustando si no encuentra maneras efectivas de ser liberado. Ciertamente, en algunos pocos espacios se le ha dado paso a la crítica, pero aún desde el supuesto de tener que ser «crítica revolucionaria», y dando participación a una representatividad que en términos metodológicos es nula o sesgada.

En esos espacios no hay cabida para el disenso, las «críticas fuertes» o lo que sea que contravenga a la palabra del Poder. Los medios de comunicación estatales establecen pautas desde la concepción que dicta su alma colectiva y evaden cualquier otra voz diferente. Un escenario escalofriante que Virgilio Piñera profetizó en su miedo.

Pero en los últimos tiempos no ha sido solo el silencio impuesto desde el alma colectiva el único agravante. Una creciente crisis de bienes y servicios esenciales, los impactos del Covid-19, una economía deficiente y limitada por las sanciones impuestas por los Estados Unidos, agudizan malestares que no son reflejados en las estructuras del lenguaje impuesto desde el poder. En síntesis, la censura sería la medula del síntoma, la limitación de la palabra. La acumulación de todos estos elementos sin una posibilidad práctica de hacer manifiesto el malestar conllevó a la catarsis/estallido.

Aristóteles manejó esta cuestión como una purificación. La tragedia, como género literario, es superior a la épica en tanto permite al espectador gestionar sus propios malestares desde la identificación con la trama. Se podría decir, llevándolo a nuestro contexto actual, que Vivir del Cuento es un espacio más productivo y saludable que prácticamente cualquier novela cubana. Pánfilo se identifica en esa tragedia más allá de su perfil humorístico en tanto toca elementos del malestar popular y los hace evidentes. La gestión que asume es la de purificar al espectador mientras se ve representado y, desde luego, escuchado.

La catarsis, como se dejó entredicho al inicio, es inherente al ser humano. Para el psicoanalista, la aparición de la catarsis supone un momento de liberación en el marco clínico. La oportunidad de analizar lo valioso del evento atrae hacia la formulación de una cura, puesto que en ella se manifiesta todo aquello que de otra manera no fue posible formular.

Desde esta, concluyo, tendría que hacer referencia o dos cuestiones esenciales. La primera, la catarsis ocurrida el 11 de julio de 2021 se entiende como estallido social desde el punto mismo en que gestó el desahogo del malestar latente. Las disímiles expresiones de manifestación pacífica e incluso de violencia en las distintas facciones, son expresiones resultantes de esa alma colectiva. Anular la relación entre estos elementos supone una evasión de los sustratos que dan cuenta del hecho. Y segundo, el manejo de la catarsis/estallido tendrá que traer consigo el abandono de toda fórmula anterior que ha demostrado ya su insolvencia. Volver a las dinámicas sectarias, reduccionistas del alma colectiva partidaria del lenguaje del Poder, será la guía directa a un nuevo fracaso.


[1] Discurso pronunciado en 1961 por Fidel Castro Ruz como conclusión de las reuniones con los intelectuales cubanos. Dicho escenario planteó, desde el simbólico espacio de la Biblioteca Nacional, la política cultural de la Revolución y los modos de hacer estatales frente a la intelectualidad cubana.

[2] Ídem.

[3] Gustave Le Bon (s/f). Psicología de las masas.

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